Foliar Número 29





La casa del sol

La cocina de la abuela era el lugar donde todos cabíamos. El fogón era el centro de calor y luz, olor a leña y alimentos, que se volvían sagrados porque nutrían el cuerpo, pero también el alma. En ese espacio aprendimos que las cosas tienen un origen y necesitan tiempo para ser. Después del ritual de los alimentos llegaba la noche, ahí la Na miraba el cielo, leía las estrellas, hablaba con sus ancestros. Aunque tenía su altar con infinidad de santos, ella seguía mirando a la montaña como lo sagrado, describía un mundo subterráneo y los ríos que circulaban por debajo de la tierra. Nos decía que los animales tenían rasgos humanos y viceversa: conejos, ardillas, tlacuaches, águilas, en fin. Ella sabía que al morir iría al cielo, a la casa de los suyos. Sin pretenderlo, ella me compartió su cosmovisión.

Para los mexicas la manera de morir determinaba el lugar a donde la esencia del difunto terminaría. Así, la casa del sol era el lugar a donde llegaban los guerreros muertos en batalla. El Tlalocan era el paraíso de aquellos cuya muerte se relacionaba con el agua. ¿Sabes cuáles son los otros dos lugares donde se iba la esencia de los difuntos?

En el FOLIAR 29 te presentamos el fragmento de un brasero que tiene la forma de un guerrero águila. Pronto conocerás la pieza completa.

Para consultar la imagen de la postal adjunta, refiere los siguientes datos: Álbum Brasero varios, cerámica, LXVIII-A-12-1-1, taller de restauración, B/63, brasero de cerámica encontrado en las excavaciones del Metro, antes de restauración, 10 de mayo de 1972, fotógrafa Sra. Groth.